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Muchos de mi generación
esperábamos con impaciencia la última película de Darren Aronofsky. Prometía. Las
cinco anteriores fueron admirables, con momentos de genialidad; era imposible
irse de la sala sin un vacío, un agridulce
sentimiento de congoja y pena. De esas películas que no terminan con la última
escena sino con conversaciones y reflexiones posteriores, días y
semanas después. Sus personajes decadentes, que dan la impresión de estar
siendo llevados al degolladero, caen una y otra vez frente a nuestros ojos. Y uno sufría con Harry Goldfarb en la cama de un
hospital, sufría con Tommy por el desenlace de Izzy, sufría por no saber de saber si Randy “The
Ram” Robinson muere o sigue peleando tras lanzarse a la lona de su última
pelea. ¿Qué habrá pasado con “El Cisne Negro” tras caer tras el escenario,
ensangrentada?
Y esperábamos
que su siguiente película fuese, pues, la gran película que nos había sido
prometida. Una que quede grabada en nuestras retinas y que se vuelva parte de
la historia del cine. Así llega Noé (2014), drama épico bíblico protagonizado por Russell Crowe y Jennifer Connelly.
Al terminar la
película no pude evitar sentirme como me sentí tras ver el final de Seinfeld.
¿Qué fue lo que pasó? ¿De dónde sacó Darren Aronofsky este arrebato de
moralidad y de culpabilidad para hacer su superproducción? ¿Ejerció presión el
hecho que sea su primera película con un presupuesto tan alto? – diez veces
superior al filme anterior -, ¿le está
pasando algo en su vida, ha descubierto la magia de ser padre, ha ido a
confesar sus pecados?, ¿qué es entonces?.
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El arca mostrada en la película fue construida a escala real según lo que sugiere la Biblia, es decir, con forma rectangular y a manera de caja. |
Noé explora la
historia del personaje bíblico partiendo del supuesto que, en su decisión de
exterminar a la raza humana, Dios pide a Noé, su siervo fiel, que lo ayude
construyendo un arca donde pueda finalmente salvar a todos los animales de la
creación, para poder luego destruir al único animal tan perverso como incorregible: el
hombre. Envía entonces al nuevo mundo a un grupo de humanos incapaces de reproducirse o repoblar la tierra.
Quizá
"ayudado" por la pobre interpretación de Russell Crowe - ¿dónde quedó
el impetuoso muchacho de L.A. Confidential? -, por momentos “Noé” nos hace recordar más al “Todopoderoso”
de Steve Carrell que a “El Luchador” o a “El Cisne Negro” de Aronofsky. Hay
escenas que rozan con el ridículo, o que son tan inexplicables para la
tradición judeo-cristiana que uno acaba preguntándose a qué hora terminará la
película.
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Mención aparte merece la interpretación de Antony Hopkinks como Matusalén: agradable, simpático y siempre oportuno. |
También tiene
sus puntos fuertes y conmovedores. Es inevitable sentir compasión por la raza
humana a punto de ser exterminada, hombres a los que les fue dado el don de
creación y destrucción como símil de la divinidad. ¿Tanta diferencia hay entre
el ser humano prediluviano y el actual? – se plantea el director. ¿Qué tenían
Noé y su familia de especiales entonces? ¿Por qué fueron elegidos? Noé debe
ejercer la función de jefe de familia para culminar el designio divino, incluso
poniéndolo por delante de sus propios principios morales y la integridad de los
suyos. La fe en él, la fe verdadera, hace que derrumbe todos sus ideales en
nombre del Creador. Debe ser testigo y cómplice de un genocidio y debe aceptar
que los salvados, su propia familia, tienen las mismas culpas que los
exterminados, y que deben correr su mismo destino.
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"Están matando animales para nutrirse de su poder", advierte Noé en un pasaje del filme |
Penoso es, sin
embargo, que sean introducidas utopías ambientalistas durante la argumentación
del fin de la humanidad. La película invita a una reflexión sobre el
destino que le estamos dando a nuestro mundo, sobre los peligros de la
destrucción del ambiente e incluso sobre lo perverso que podría ser comer carne
animal. "En Levítico se pedía limpiar y dejar descansar al mundo cada
siete años, ¿hace cuánto tiempo que no hacemos eso?", se pregunta Aronofsky
en una entrevista reciente. El drama de Noé parece ser también el propio drama
del director; debe hacer algo, un acto altruista, un bien a Dios y a la
sociedad por medio de su trabajo. ¿Será eso, Darren? Pues al hacer esto, su
cine toma una posición demasiado personal y “Noé” pierde, él pierde y todos
perdemos. ¿Cómo será recordada “Noé” en el futuro? Difícil saberlo ahora. ¿Cómo
será recordado Aronofsky? Esperaremos sus siguientes películas.